Los inquisidores cristianos querían descubrir a los moriscos que, tras las guerras de las Alpujarras de los años 1568-1570, intentaban esconder su identidad para salvarse de los castigos o la muerte. Para desenmascarar a los perseguidos, se empleó un sistema sencillo que, sin embargo, debió resultar bastante eficaz. Parece sacado de un cuento de miedo: les bastaba con ordenar pronunciar la palabra "cebolla" al sospechoso; pues bien, sucedía que los moriscos evitaban la creación de un sentido obsceno en árabe, soez, algo así como "el pene de Dios", pronunciando ‘xebolla’, (sonido equis), y así fue como el proceso encontró a sus procesados.
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