William Adolphe Bouguereau

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domingo, 27 de octubre de 2013

VELOS - CUENTO ANDALUSÍ

Medina Azahara
Autor: Franjamares
Amina vive en el oasis de Sijilmasa, muy cerca del camino por donde pasa con asiduidad mercantil, bajo el tórrido sol del gran desierto africano, bien pertrechada de alfanjes y con polvoriento colorido, la famosa ruta del Oro. La cual no es sino una larga serpiente áurea que tiene su cabeza o su cola en Tombuctú o en Córdoba, según se quiera. La tarde en que arriba la caravana a la ciudad de Sijilmasa, se celebra una importante fiesta en la que aparte de degustar y reponer fuerzas, los caravaneros forman tratos de diferentes negocios, esta vez no los propios y reglamentados de las especies, las piedras preciosas y los metales, sino otros donde la magia entra en acción y se hace intercambio de artistas, de quiromantes y adivinos, cuando no de esclavos y eunucos.
Esta noche Al Malik, el jefe caravanero, hombre recio y tuerto del ojo derecho, por el que dicen que llora cuando se emociona, tendrá el gusto de ver una actuación muy especial, un grupo de bailarinas de esta medina sahariana representará, crótalos entre los dedos, “La danza de la creación del hombre”: Antes que nada sólo existía la Nube, de la que todo estaba en latencia; los dedos índice y pulgar de Dios castañearon y el sonido del bronce creó la primera vibración, y de esta surgió el mundo de los nombres y las formas, para cuya armonía fue creada la mujer y el hombre.
Este baile, que no es genuino de los bereberes, quienes usan como elemento rítmico principal el ciclo regulador de las estaciones y cosechas, lo introdujo en el grupo de danzarinas un eunuco de origen persa, de nombre Maduk, al que hará unos dos años abandonó a su albedrío y suerte una de las caravanas. Dicen que logró su libertad porque creó una pócima milagrosa que restauró la salud del jeque caravanero, cuyo principal componente era el veneno que extrajo de una serpiente. Aquella noche en la fiesta de su manumisión conoció a Amina, su mirada de ojos de ámbar fuego lo cautivó, y bailó con ella al ritmo de los tabales africanos una instintiva e improvisada coreografía. Tal fue la concordancia que encontraron sin buscarla que, a instancias de ella, el padre de Amina aceptó acoger a Maduk en su casa, para que cuidara del huerto, así como del puesto que tenían del zoco de Sijilmasa.
En cambio, esta noche de luna creciente, Amina y Maduk, con todo su grupo, escindiendo el aire de la gran jaima con sables persas, bailan “La danza del saif” en honor de la diosa guerrera y protectora Ifri y del dios bereber de la guerra Gurzil, con su perfil de toro; pero danzan con el propósito de conjurarla, de alejar la guerra de las arenas doradas del Sahara y de sus rutas caravaneras, que vienen disputándose en estos años de sequía, las poderosas tribus rustamíes contra los clientes de los andalusíes.
Al Malik, ha soltado una lágrima por su ojo seco. La danza lo ha emocionado y los versos del poeta Ibn Gacel han terminado por surtir la fuente salada de su lágrima, una sola pero larga e inagotable con el río Ziz. Junto a él está Ibn Yulyul, médico del califa que trae en su alforjas una importantísima encomienda, no solo para el príncipe sino para todo el impero de los omeyas. Ha perseguido por los montes y sabanas del Níger y el Sudán, al más grande y recóndito de los unicornios, no aquel mítico con grupa de acémila y barbas de chivo, sino el fornido rinoceronte blanco, de cuyo único cuerno se extrae un polvo que mezclado con unas semillas nacidas de un árbol único de la zona, proporciona el milagroso bálsamo al-Qarniyya, potenciador de la salud, del deseo y del vigor.
La lágrima del jeque, que cuando surte vuelve a éste generoso,  va a significar un cambio en las vidas de los bailarines. Ibn Yulyul cuantifica el ofrecimiento. Una bolsa con tantos dirhemes como estrellas en el firmamento sahariano y una vida de elevación y de arte en el más excelso de los lugares que nunca antes se hayan construido, Medina Azahara.
No hay mucho que pensar, y solo les queda, hasta la mañana siguiente, el tiempo justo del beso a la madre y a los demás familiares, el de la despedida del padre, que agarrará emocionado la dote y el de preparar el hato con sus cosas, pocas, las precisas para no arrastrar en su nueva andadura más carga del pasado, que la indispensable.
El curso de la gran serpiente lleva a Amina y a Maduk hasta Fez, y luego hasta Tanger, donde embarcan hasta Tarifa. Ya en la península, se separan de la suerte de la caravana y toman en compañía del poeta Ibn Gacel y del sabio Ibn Yulyul, las calzadas que conducen a Córdoba, haciendo parada en las medinas de Morón y Écija.  En esta última pasan la noche en casa del Cadí. Tras una suculenta cena donde degustan pichones asados en salsa de almendras, el grupo de músicos toca una hermosa nuba del maestro Siryab, en la que dejan volar la imaginación con la voz espiritual de una de las hijas del anfitrión. Luego acabará la fiesta en una dilatada zambra, en la que bailan y bailan, Amina y Maduk, con todos los invitados, hasta pasada la medianoche.
Al día siguiente temprano parten para Córdoba, desde lejos contemplan la capital amurallada que se alza majestosa y al pasar por el viejo puente la ven doblemente bella en el espejo del Guadalquivir. Entran en la mezquita para el salat del mediodía y Amina estalla en lágrimas al ver y sentir emocionada el inmenso bosque de columnas y arcos de herradura, magna obra jamás vista por su humilde mirada, y que atesora la paz y la compasión que millares de fieles han sentido en su seno.
Luego almuerzan en casa del poeta, pues por la tarde, tras el tercer rezo, antes de que al sol tinte de azafrán, tienen audiencia con el califa al-Hakamn en Medina Azahara.
La impotencia del monarca, no es sino la salud quebradiza que siempre padeció, y que lo condujo a sufrir una hemiplejia hará unos tres meses. Esta tarde Ibn Yulyul, trae en su faltriquera el bálsamo milagroso al-Qarniyya que elaboró junto al árbol sahariano, pero también trae a la pareja de bailarines, sabedor del refinado gusto del califa por las artes, en especial por la danza. Amina y Maduk interpretan en el salón de embajadores de Medina Azahara, donde todos los mamndatarios del mundo conocido quedan extasiados ante tanta belleza y riqueza, la “Danza del velo”: El alma del hombre universal, que se compone de intelecto y emoción, tiene que deshacer todos sus velos para que recuerde la luz de su espíritu y sepa verdaderamente cuál es su Ser.

Al-Hakam observa con atención a los danzarines, sus movimientos  se acompasan con el latido de sus emociones, entran en su ser, mueven levemente sus músculos, incluso los de la zona paralizada, se pone en pie ante el asombro de todos, apoyado levemente en el brazo de su mujer, la princesa vascona, mueve  su cuerpo al compás de la música remedando los movimientos sincopados de los actores.
La sonrisa ilumina el rostro del médico. La mejoría del sultán es inaudita y no sabe bien a qué achacarla, si a los gráciles compases de la danza del velo; al bálsamo del unicornio africano (jamás se vio tal efecto en tan corto plazo), aunque en este punto ya encuentra motivos, pues al mirar a Maduk tras la pirueta final, éste le ha hecho un guiño, señal que los une en la complicidad con que ultimaron definitivamente el bálsamo, agregando a la mezcla su jumento de serpiente; o, por último: a la belleza radical de la muchacha bereber, la bella Amina, cuyos movimientos rozan en la misma latencia del Aliento del Todo Misericordioso.
Quizá el califa apoye instintivamente, para su pronta mejoría, esta última opción, y haya comprendido en la gracia de Amina y sus movimientos, qué velos son los que turban su salud.


Yo lo leí en el blog maravilloso:


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