Quien no tiene ilusión y esperanza,
tampoco poseerá sincera alegría y sonrisa
y sí la monotonía del vacío cada día.
tampoco poseerá sincera alegría y sonrisa
y sí la monotonía del vacío cada día.
Al salir el sol, la vistieron de azul y la llevaron a los jardines. Donde la fuente vertía sus cristalinas aguas y los jazmines exhalaban su fino perfume. De los árboles ya caían las primeras hojas con los colores del otoño y, sobre las cumbres de Sierra Nevada, relucían las recién llegadas nieves de la temporada. Y como las amigas la condujeron por entre las frescas plantas de los jardines, se le veía no solo hermosa sino asombrosamente mágica, reluciente su cara y sonrisa, muy tierna la piel de sus mejillas y toda ella, como la más joven y bella de las princesas.
La pusieron las amigas entre las plantas, junto a las torres de sus aposentos y no lejos de las claras aguas de las fuentes. Y la que parecía principal entre las amigas, jugó un momento con su abundante mata de pelo que le caía y cubría hasta la cintura y le dijo:
- Ya verás qué peinado más original y bonito vas a tener dentro de un rato.
Ella sonrió, miró dulcemente a las personas que le rodeaban y también para los palacios y no dijo nada. Dócil como la más humilde de las jóvenes en los recintos de la Alhambra, se dejaba hacer ilusionada y ajena por completo a todo lo que no fuera la felicidad que en ese momento brincaba en su corazón. La amiga más decidida, se puso a su lado, acarició la melena que le cubría y comenzó a preparar el peinado que había pensado. Las otras amigas la miraban y, con gran interés, fueron observando cada detalle.
En la Alhambra, en todo el recinto amurallado, dentro de los palacios, en las torres y en los jardines, todo transcurría como cualquier otro día. Los soldados se dedicaban a sus prácticas, los artesanos a sus quehaceres y los generales y reyes, a sus reflexiones o charlas con los amigos. Todo bullía como cualquier otro día y nadie prestaba atención a lo que las jóvenes hacían entre los jardines. Solo un joven soñador y casi ignorado de todos y no muy lejos de donde preparaban a la novia, observaba. Y la veía tan fantásticamente hermosa que en su corazón sentía tristeza al tiempo que gozo y una extraña felicidad.
De los rosales, las amigas cortaron muchas rosas blancas y con ellas tejieron una gran corona. La colocaron con cuidado sobre la cabeza de la novia y justo en ese momento, por el lado del sol de la mañana, apareció la carroza. Tirada por seis caballos blancos y toda la carroza también de color blanco, decorada con dibujos color oro y plata. Las amigas condujeron a la novia hasta el carruaje, le ayudaron a subir en ella y, al instante, los seis caballos se pusieron a trotar dirección a las blancas cumbres de Sierra Nevada. No mucho después, se le vio perderse y luego como fundirse por donde las lagunas de aguas azules y verdes y por donde también las blancas nieves ya eran casi nubes de algodón esponjoso y espejos relucientes.
El joven que, desde la distancia lo había observado todo y ahora tenía el alma triste y los ojos llenos de lágrimas, para sí y como si ella le oyera, dijo: “Te marchas de mi lado justo cuando más mi corazón te admira y más hermosa te ven mis ojos. Y puedes pensar que te pierdo para siempre pero yo creo que no. Te harás mayor, las arrugas aparecerán en tus manos y cara y la belleza de tu cuerpo se irá esfumando poco a poco como nos pasa a todos los humanos. Se te hará monótona la vida y llegará un momento que en casi nada encontrarás ni dicha ni consuelo. Pero yo en mí, tengo y tendré siempre la fortuna de haberte amado pura y limpia en mi pensamiento, tal como hace un momento te han visto mis ojos. Guardaré conmigo hasta que me muera y luego para toda la eternidad, tu imagen fresca e inmaculada y los sentimientos que en mi corazón han brotado para ti. Y, aunque estoy triste porque te pierdo, me siento afortunado porque siempre estarás en mi alma con la misma juventud y belleza que tenías hace un momento”.
JOSÉ GÓMEZ. (relatos cortos)
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