William Adolphe Bouguereau

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miércoles, 6 de marzo de 2013

MUHAMMAD I

   Muhammad, proclamado emir el 23 de septiembre de 852, tenía ante sí un gobierno tan largo como el de su padre. Era de inteligencia despierta, altura de miras, franqueza y odio a la mentira. Pero, en cambio no tenía los escrúpulos de conciencia de su padre ni su repugnancia al derramamiento de sangre. Parece, también que era avaro, aunque otros opinan que lo que no le gustaba era derrochar.


Muhammad I de Córdoba (en árabe: محمد بن عبد الرحمن الأوسط) (Córdoba, 823 – ibídem, 886) de la dinastía Omeya de Córdoba. Fue emir independiente de al-Ándalus (852–886).

Hijo de la primera esposa de su padre llamada Al-Sifá, la que murió en los campos de Toledo donde fue enterrada, siendo muy niño Muhammad pero a la que quiso tanto que cuando sucedió a su padre eximió a los habitantes de ese lugar de los impuestos a cambio de que se dedicasen a cuidar su tumba.
Ocupó el trono a los 29 años de edad. Se dice de él que era un hombre muy culto y un excelente poeta, a pesar de que sentía un interés especial por las matemáticas... Era juicioso, de hermosas costumbres y dotado de agilidad mental. Todo el que estaba en contacto y dialogaba con él veía que tenía el don de la evidente agilidad en su percepción, sutileza intelectual, finura de inteligencia y sagacidad de opinión. De su aspecto físico se dice que era bajo y rechoncho, con la cabeza pequeña y cuellicorto, abundante barba que teñia con alheña ya que era pelirroja.
Se casó con su prima hermana Umm Salama, tal vez, para suavizar los problemas de sucesión con su tio por parte paterna. Le sucedió su hijo al-Mundir. Fue también su hijo Abd Allah I.

Murió a la edad de sesenta y cinco años el 4 de agosto del año 886 en la misma ciudad de Córdoba en el Alcazar.
Su Emirato duró treinta y cuatro años, diez meses y veinte días, dejando treinta y tres hijos y veinte hijas.

   Mantuvo buenas relaciones con los estados musulmanes de África del Norte, así como con Carlos el Calvo, con el que posiblemente, llegase a una tregua. Al monarca francés no le interesaba tener que estar pendiente de una invasión musulmana sobre la Septimania o la Marca hispánica por lo que renunció a la política agresiva de Ludovico Pío y, Muhammad paralizó, casi por completo, la actividad guerrera sobre estos territorios. Las importantes victorias que éste obtuvo sobre el rey asturiano ORDOÑO I, quizás fueron propiciadas por este entendimiento entre francos y andalusíes.


  La corte de Córdoba, aunque no abandonó la complicada etiqueta por la que se regía, no tuvo el esplendor de los tiempos de su padre. Sin embargo, Muhammad se dedicó a embellecer la ciudad y la mezquita, decorando y esculpiendo las fachadas laterales y dotándola de una especie de tribuna, desde la que el emir podía asistir a sus devociones sin ser visto por los fieles.
   Mejoró el ejército y la marina y mantuvo la riqueza de al-Andalus. Los impuestos siguieron recaudándose bien, pero hubo unos años en que la sequía y dos terribles hambrunas, ensombrecieron su reinado. Una duró desde el 865 a 868; otra, más terrible aún , desde 873 a 874. Sus devastadores efectos se extendieron por al-Andalus, el Magreb e Ifriqiya, diezmando la población. En este último año, el emir renunciará a cobrar el diezmo de las cosechas ante la desastrosa situación.


Aunque con este emir, las mujeres del harén y los eunucos no tendrán el poder que con su antecesor, los alfaquíes no dejaban de prosperar. La escuela jurídica andalusí no había de cambiar por mucho que algunos sabios, que habían vivido en Oriente, como Baqí ben Majlad, deseasen establecer nuevos sistemas de trabajo y de interpretación. Los juristas cordobeses lo consideraban al borde la herejía y las propuestas de modernización y actualización, de antemano, serían amordazadas, escapando, algunos de sus promotores del martirio gracias a la protección de Muhammad I.
   Esta actitud de los alfaquíes, siempre intransigente, parece que influyó en determinadas decisiones del emir, como el forzar la conversión al islamismo de algunos cargos importantes del gobierno que eran cristianos. Éste fue el caso de Gómez, el que participó en el concilio de Córdoba y que seguía ocupando altas funciones en la cancillería del emir. Gómez se hizo mahometano y Muhammad siguió confiando puestos como secretarías, tenedores de libros y tareas administrativas a cristianos y judíos.
   Amante de la cultura y del buen gusto, como buen Omeya que era, en su Corte se dieron cita los eruditos más afamados del momento en su correspondiente especialidad, como por ejemplo el gran alquimista y poeta Abbas ben Firnasm, el músico persa Ziryad y el gran poeta y diplomático Yahya ibn al-Hakam al-Gazal.


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