Cualquier lector español al que se anuncie la aparición de la última biografía de Abu al-Ualíd Muhammad ibn Ahmad ibn Muhammad ibn Ahmad ibn Ahmad Ibd Ruxd no sentirá especial interés. Si es aficionado o estudioso de la Historia de Al-Andalus, cuando se le informe de que ese era el nombre completo en árabe del filósofo Averroes, quizá experimente la curiosidad de conocer qué nuevas claves se han descubierto sobre un personaje de cuya vida nos han llegado sólo fragmentos, piezas, aspectos indirectos y parciales, pero no certezas absolutas. Juan Antonio Pacheco nos propone, de la mano de la editorial Almuzara, “Averroes. Una biografía intelectual”, un viaje poco convencional al entorno personal y creativo del personaje del que más allá de su condición de traductor al árabe de las obras de Aristóteles poco más se difunde en escuelas e institutos de enseñanza. Como es costumbre, de la suma de incógnitas sobre protagonistas del pasado nacen leyendas. En Averroes converge además su condición de símbolo de la presencia intelectual de un periodo muy concreto de la dominación islámica en la península ibérica.
Nacido en Córdoba en 1126 y fallecido en Marrakech en 1198, una tercera ciudad, Sevilla, conformará el triángulo vital en el que el pensador desarrollará su vida. Tras la invasión de los almohades desempeñó cargos como funcionario, pero su habilidad y lo que se ha calificado como cierto aperturismo del momento le permitió construir todo un sistema de pensamiento filosófico. Pacheco destaca facetas llamativas de la evolución de su crecimiento intelectual. Inicialmente fue médico y sabemos que también jurista. Para el autor, en el Islam, el experto en leyes debía ser también teólogo y gramático, pues la importancia de texto y palabra en el Corán residía en los mismos orígenes de la tradición. De hecho, esta realidad es destacada también en la propia huella averroísta en sus coetáneos musulmanes. Aunque de él se conserven más de nueve decenas de obras escritas, nada más fallecer, las siguientes generaciones celebraron más el perfil jurídico que filosófico de su obra, que algunos llegaron a tachar de poco consistente. La biografía sitúa a Averroes entre los filósofos de Islam clásico que “se consideraron a sí mismos como pertenecientes a una clase específica dentro del amplio dominio del saber y del conocimiento”, una elite para con capacidad para la lectura racional de los acontecimientos, de los signos, del empleo de la razón.
Averroes vivió una etapa de transición en la Historia de Al-Andalus, un aspecto subrayado con insistencia. Sus 72 años de vida atravesaron el fin del predominio almorávide, de unidad política frente a la Reconquista de los reinos cristianos y, como hemos referido, la invasión del imperio almohade, que trajo consigo un predominio no tanto de lo religioso sino de lo ideológico. Importante matiz. Todo ello permitió el trabajo intelectual de un sabio que se dedicó a razonar la filosofía clásica, pues sus dirigentes miraron para otro lado cuando sus hombres de pensamiento se dedicaban a escribir “en sus ratos libres”. Curiosa etapa: en ella floreció nada más y nada menos que hasta la poesía popular -como dice el autor -en detrimento de la denominada poesía árabe clásica. Pero también fueron posibles comentarios y propuestas de ideas novedosas en medio de sus coordenadas religiosas, culturales, políticas, económicas provenientes de África del Norte. Una buena muestra es su propia concepción de la ciudad ideal, o su visión enamorada de la lógica como sistema de pensamiento. Todo un pensador por descubrir.
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